Como más se aprende a navegar es navegando, y si no que se lo pregunten a nuestro amigo Ricardo de www.TalleresAVela.com.

Cada día entre los 15 que estuvimos haciendo la ruta en velero por las islas griegas fue de aprendizaje.

Recuerdo con especial «cariño» uno, de la segunda semana de ruta en la que fuimos a atracar a Perdika nada más salir de Atenas.

De atracar a la Griega

De cómo atracar en Grecia, la peculiar maniobra de atraque del país heleno ya habíamos hablado en otro post.

Si te da pereza leerte el otro post, te adelanto que se trata de soltar el ancla mientras te aproximas por la popa hacia las rocas, para lanzar dos cabos y amarrar el velero por 3 puntos.

La cosa es que en Perdika la cosa se nos complicó, y así lo demuestran los apuntes que tenía en mi app de notas tras el viaje:

Requisitos para alquilar veleros: 2 cabos flotantes

Quizás si hubiera tenido mi navaja marinera conmigo esa noche hubiera dormido mejor.

Dia 1 - Perdika

Marineros al agua

La maniobra, como la solíamos hacer nosotros implicaba que dos o tres tripulantes saltaban al agua, con uno de los chicotes del cabo flotante en la mano para llegar a las rocas y hacer el extremo firme.

No es la forma más elegante de hacerlo, pero no implica dingy lo que simplificaba mucho las cosas.

Además, hacía suficiente calor como para darse un bañito a última hora de la tarde, y es más, la tripulación siempre se prestaba voluntaria para hacerlo.

Los cabos flotantes

La cuestión es que el velero que teníamos la segunda semana no estaba tan bien preparado como el primero, el Sail la Vie.

Este otro solo llevaba un cabo flotante, y además tampoco era demasiado largo.

La clave de este tipo de cabos es que al saltar al agua con ellos no se hunden, con lo que la posibilidad de que se enganche un cabo en la hélice es muy baja.

Además, al flotar, son más fáciles de llevar nadando hasta la orilla y de amarrar a cualquier roca.

La maniobra fatídica

Tras llegar a Perdika un poco tarde y ver que el puerto estaba prácticamente lleno, decidimos atracar en el lado exterior del pequeño espigón que resguarda las aguas del puerto.

El sitio es bueno, las condiciones son buenas y soltamos el ancla a unos 30 metros de las rocas para ir dando atrás poco a poco.

Todo fluye con normalidad, dos personas saltan al agua para llevar los cabos a las rocas y hacerlas firmes, hasta que por alguna razón una de ellas pierde el cabo de sus manos.

El velero sigue avanzando hacía atrás y se acerca paulatinamente hacia el espigón.

Hay que rectificar la maniobra por lo que la tripulación vuelve a subirse a la espera de que el timonel rectifique.

Volvemos a encarar las rocas, pero esta vez el barco se acerca demasiado a las rocas.

¡Avante, avante!

Le gritan los compañeros al capitán, pero este se queja de que el motor no le responde.

La empresa que nos alquiló el velero nunca lo supo, pero la pala del timón acarició el lecho.

Uno de los encargados de llevar los cabos flotantes a la orilla salta aprovechando la cercanía del barco a las rocas y consigue hacer firme su cabo (el flotante) en una gran roca.

Tras momentos de tensión, el velero está asegurado y firme gracias al ancla y uno de los cabos.

¿Qué ha pasado?

Analizando la situación, nos damos cuenta de que el motor no responde.

Vemos, de repente, cómo el cabo de babor está en el agua, y al tirar de él, que está enganchado en algún lugar.

Los peores augurios se cumplen.

El cabo está enganchado en la hélice.

Y es tarde y se empieza a hacer de noche.

Aunque saltamos al agua para intentar entender qué ha pasado, vemos que el cabo negro está atrapado con fuerza en la hélice.

Está claro que con un simple tirón no va a salir y empieza a hacer frío en el agua.

Cabo enganchado en la helice

Cómo sacar un cabo enganchado de la hélice

Decidimos pasar la noche tal cual y abordar el problema la mañana siguiente.

Con los primeros rayos del día algunos tripulantes se levantan y empiezan a buscar la forma de solucionar el problema.

De un velero contiguo nos pasan un cuchillo de sierra, pero de cortar pan, la mejor herramienta que tenemos hasta el momento.

Gafas, tubo y aletas, y empieza la odisea.

El cabo está atascado con mucha fuerza en la hélice, y no es fácil ni siquiera cortarlo.

Aguantando la respiración bajo el barco, y con el respeto que da tocar una hélice con las manos, vamos poco a poco haciendo cortes y sacando pequeños cachos de cabo.

Por momentos la faena parece imposible.

Hay trozos metidos entre el eje de la hélice y el casco y parece imposible sacarlos.

Además, no sabemos si se ha producido algún daño al motor o la presión ha podido generar algún tipo de vía de agua en el eje del motor.

Cabo libre

Uno de los cortes, que llevaba más de una inmersión hacerlos, deshace en un momento dado un nudo y parece que el cabo empieza a aflojarse finalmente.

Un corte más, un par de tirones, y todos los restos que había atrapados salen finalmente, dejando la hélice libre y con posibilidad de girar.

Arrancamos el motor con los dedos cruzados; parece que todo va bien.

Damos un poco de avante mientras alguien mira desde el agua que ha hélice no hace nada raro; todo bien.

Comprobamos que el timón responde y que funciona.

Estamos salvados.

Hemos conseguido desenredar el cabo de la hélice y podemos seguir nuestra aventura.

¡Vaya cómo ha comenzado!

Después de la noche fatídica, ninguno de los imprevistos que pasaron durante nuestro viaje en velero por las islas griegas fue nada comparado con esto.

¡Espero que os haya gustado leer nuestras aventurillas!